OLULA DEL RÍO
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ALBOX:
“Una forma de vivir”
ROBUSTIANO CARRILLO, “EL ETERNO MERCADER DEL ALMANZORA”

Por MANUEL LEÓN
Redactor-Jefe de La Voz de Almería

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Robustiano Carrillo llevaba en los genes la impronta de los viejos negociantes moriscos del Almanzora; del emprendedor nato, que con cuatro palos hacía un barracón, que cambiaba una sera de higos por un cuarterón de aceite y con el aceite compraba un cerdito y con las longanizas y butifarras se agenciaba una furgoneta y así hasta el infinito. Su trabajo siempre fue continuo, al pie del cañón, desde que comenzara a aprendiz en la tienda de “Ultramarinos Domingo Sánchez” en su Albox natal, el pueblo donde -dicen- que los niños al nacer los arrojan a la pared y se quedan pegados.
Era hijo de La Loma albojense, donde vino al mundo el año que acabó la Guerra.
Se quedó huérfano con cinco años y tuvo que empezar a trabajar con doce años y aprendiendo de noche con el maestro Paco Serrano, en la escuela de los analfabetos, y así consiguió aprender a redactar las cartas comerciales de la época.
Con diecisiete años que tenía embarcó como viajante del “Almacén de los Granados”. Iba a Macael y a Olula, en coche de línea vendiendo de todo desde productos de alimentación a calzado de la fábrica de “Miguel Gómez”
Le tocó en el sorteo de quintos irse a hacer la Mili a Melilla, en Ingenieros, en unos tiempos difíciles después de la Guerra de Sidi Ifni. Después de los 18 meses que duraba el servicio a la Patria, el albojense se estableció por primera vez por su cuenta vendiendo cuchillas de afeitar en una vespa por la Rambla de Oria, Los Cerricos hasta las Menas de Serón. También se dedicó a vender máquinas de coser y radios de galena y televisores en blanco y negro de “Radio Sol” de Almería. La primera tele que llegó a Albox se la vendió a “Cafetería Los González”
Al poco tiempo se quedó con la representación en el Almanzora de “La Estrella de Levante” con fábrica en Espinardo (Murcia).
Al principio tuvo su centro de operaciones en la casa de su madre y después abrió almacén cerca de la Plaza Nueva.
Cada vez fue ampliando más el acopio de productos: cervezas, vinos de La Mancha, cajas de aguardientes. Recuerda el empresario albojense que le ayudó mucho en aquellos años 60 Juan Luis Granero, de la casa Montilla, en Córdoba. Hasta pusieron su nombre a un vino: “Fino Robustiano” Una vez llegó a venderle de una tacada mil cajas de vino a Antonio Carmona (Vera) para el chateo en la barra.
Fue prosperando con paso firme Robustiano Carrillo pero le cayó encima la “Crisis” de finales de los setenta hasta 1.980 con intereses al 20% y decidió abrir un centro de representaciones y vender a comisión. Se convirtió en un vendedor multimarca. Fue pagando las trampas que arrastraba vendiendo “Café Marcilla”, coñac, arroz La Fallera, Licor 43, Ponche Caballero, aceitunas, hasta 40 representaciones en total. El negocio fue aminorando cuando empezaron a abrir años después las grandes superficies en la provincia primero con el desembarco de “Pryca” que empezaban a comprar a sus propias plataformas de distribución.
Por eso volvió a darle un quiebro la vida, a los negocios; el destino le puso otra vez a prueba su capacidad de cintura. Volvía a sus viejos tiempos de almacenistas, tras recibir una copiosa indemnización de “Marcilla” con la que había pactado un sueldo vitalicio de 250.000 mil pesetas mensuales de las de aquellos años hasta su jubilación.
Decidió especializarse en hostelería, en el reparto a bares y restaurantes de marcas de vino de buena entrada en el mercado como Emilio El Moro, Matarromera, Ramón Bilbao, Mar de Frades y hacer plantilla con cinco viajantes. Decidió, como alma inquieta, emprender un nuevo negocio. Se alió con Alfredo Carmona, un maestro tostadero de Macael y ampliaron la pequeña fábrica de “Café Solana” para convertirla en “Café los González” con la marca “La Caribeña”, en el Polígono Rubira Sola de Macael, rodeados de talleres y empresas de almacenaje y distribución de mármol de Los Filabres. La empresa compraba el café verde en el mercado de valores y lo tostaba en sus instalaciones fabriles. Después lo distribuían en bolsas de kilo y latas por los bares y cafeterías de la provincia. Su mayor fortaleza de implantación se localizaba en la comarca del Almanzora y en el Levante de la provincia.
Después se afincó en Mojácar, en un entrañable rincón del vino: “Restaurante Escánez” de Garrucha. Contaba además con un centro de almacenaje de 4.500 metros en el polígono “El Real de Antas” desde donde surtía a mayoristas de vinos, licores, jamones y embutidos. Dejó las riendas del negocio a sus hijos después de que muriera su mujer Betsabé, la que le ayudó a salir adelante en los momentos más duros.



Juan Sánchez-MARZO-2.016