OLULA DEL RÍO
Comarca

CUEVAS DEL ALMANZORA:
La Pandorga de *El Zorzo*
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Observación previa: Pandorga significa Zambomba. Este término se usa en la Región de Murcia y por extensión en el Levante de Almería.
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Entre los pueblos de Vera y Cuevas del Almanzora existe un paraje montañoso conocido como “El Zorzo”. En sus inmediaciones existía una cortijada cuyo nombre ya nadie recuerda, aunque sus derruidos muros de piedra todavía son testigos del drama que allí tuvo lugar y que daría origen a la leyenda de la “Pandorga de El Zorzo”.
Cuentan que un grupo de jinetes se disponía a recoger el pequeño campamento que habían improvisado para pasar la noche. No querían seguir avanzando, seguro de que en Vera encontrarían mejores objetivos en los que centrar su atención. Quiso la fatalidad que en el horizonte, una columna de humo destacara sobre el paisaje, llamando la atención de algunos de ellos.
No mediaron palabras. Ante la vista de aquella señal, todos parecían saber lo que tenían que hacer. Con certeza, empezaron a despertar al resto de sus compañeros, que aún remoloneaban la resaca que había dejado en sus cabezas el vino de la noche anterior. No podían perder tiempo si querían tener finalizado el “negocio” antes del atardecer. Así llamaban, en tono irónico, al asunto que habría que ocuparles buena parte de esa jornada, rememorando el nombre que le diera al asalto de la fortaleza de Inox.
Nueve hombres, entre veinte y cuarenta años empezaron a preparar sus monturas
El que parecía al mando de la partida, exclamó con voz jocosa y autoritaria:
-Compañeros, creo que debemos hacer una visita de cortesía a esos amigos.
Las risas histriónicas resonaron en el valle como carcajadas siniestras, anunciadoras de la tragedia.
En el interior del cortijo, un grupo de mujeres preparaban afanosas bandejas de dulces y licores. En la estancia principal, se habían retirado los muebles para dejar el centro de la habitación libre de obstáculos que impidiera el baile. Los hombres repartían entre ellos instrumentos musicales rudimentarios. Panderetas, castañuelas, tamboriles y pandorgas. Cántaros, cascabeleros, almireces, dulzainas…Cada vecino había traído consigo todo aquello que pudiera servir para poder acompañar el cante de coplas y villancicos. Los niños corrían alocados de aquí para allá, haciendo volar en sus carreras cintas de colores. Los muchachos amontonaban leña en el patio para formar una hoguera, alrededor de la cual danzarían con las jóvenes que les miraban con mal disimulada coquetería.
Todos habían participado en una comida colectiva típica de esas tierras a base de migas, caldo de pimentón, fritadas de pimiento y tomate y suculentos asados de carne. Se disponían a empezar la fiesta, cuando los que preparaban en el exterior la fogata que habría de servir para festejar el día de la Candelaria, dieron aviso de que se acercaban soldados a caballo. Apenas eran ocho o nueve soldados que se aproximaban a caballo. Siguieron, pues confiados, pensando en aceptar en su celebración a los visitantes, si acaso decidieran parar allí.
No tardaron en llegar. Dijeron sentirse atraídos al escuchar la música y las canciones. Explicaron que, alejados de sus hogares y sus familias les había animado la idea de compartir esos sentimientos de añoranza con ellos, los que se manifestaban tan felices. Fueron invitados a pasar, a comer y a beber con los campesinos.
Los recién llegados nunca se desprendieron ni se alejaron de sus armas, lo que suscitó sospechas entre algunos de los allí presentes. Sin embargo, cuando los forasteros temieron ser descubiertos en sus intenciones, antes de que los anfitriones pudieran hacer nada para defenderse, empezaron con sus espadas a cobrarse víctimas, sembrando de horror y sangre la estancia
En pocos minutos, el fuego que habían provocado en el granero se extendió por todas partes. Algunas mujeres que consiguieron escapar con sus hijos, corrían despavoridas seguidos a caballo por los forajidos, que las pasaron a cuchillo sin piedad. En el interior de la casa se oían gritos de aquellos que, encerrados en ella, trataban de librarse de las llamas de aquel infierno que ya habían prendido en sus cuerpos.
Contemplando inmóvil todo ese espanto, en una esquina de la habitación que había sido preparada para la fiesta, situada junto a la chimenea, una muchacha miraba absorta, paralizada por el dolor y la sorpresa, su vestido blanco manchado por la sangre. A sus pies yacían los familiares que apenas unos minutos antes la acompañaban en sus cantos. Sostenía entre sus manos una pandorga y parecía formar parte de un tétrico grupo escultórico, rodeada de cadáveres.
Cuando comprendió que su fin estaba próximo, haciendo sonar con mecánica cadencia el instrumento que sostenía entre sus manos, entonó una lenta canción, cuyos versos quedaron para siempre impregnados en el viento y cuya melodía parecía salir de las mismísimas entrañas de la tierra:
Escuchad a quien os habla
ya desde la muerte.
Malditos seáis vosotros
y vuestros descendientes.
No habréis de tener jamás días de gozo,
mientras las gentes recuerden
la matanza de “El Zorzo”.
Fueron sus últimas palabras. Pasado algún tiempo, contaron sus asesinos que una especie de llama azul les envolvió durante algunos segundos. Luego desapareció sin dejar rastro. Jamás volvieron a ver su cuerpo, ni encontraron jamás su cadáver.
Muchos creyeron que aquel prodigio había sido obra de la Virgen de la Candelaria, pero nadie habló de un milagro, pues aquella hermosa mujer era de origen musulmán.
Durante muchos días y muchas noches dijeron los vecinos de Vera y de Cuevas que oyeron gritos desgarradores y ecos de tristes melodías acompañadas por el sonido grave de una zambomba. Para estar seguros de que sus oídos no les jugaban una mala pasada, solían preguntarse unos a otros si habían escuchado el lamento de “la encantá”.
Luego fueron muchos los testigos que dijeron haber visto por aquellos parajes la figura de una joven señora, caminando lentamente, repitiendo a todo aquel que se cruzaba con ella, la maldición de los versos que dijera la noche de su muerte.
A partir del trágico día de las matanzas de “El Zorzo”, todos los años por la fiesta de la Candelaria se escuchan en los alrededores de las ruinas del cortijo los lamentos de los inocentes que fueron masacrados. El eco de las montañas llevaba hasta los pueblos vecinos el sonido de la Pandorga y los llantos de los niños sacrificados.
Durante muchas generaciones fueron miles de personas las que tuvieron la ocasión de ser testigos directos de tan extraordinario fenómeno. Los más escépticos llegaron a organizar expediciones para rastrear la zona, sin llegar a descubrir el lugar del que salían las voces.
Los más ancianos cuentan que la última vez que escucharon los lamentos de la Pandorga fue durante las vísperas de la Guerra Civil. Sin embargo hay quien afirma que todavía en fechas próximas a la Candelaria, han visto deambular por las ruinas del viejo cortijo la figura serena de la “Encantada de El Zorzo”.




Juan Sánchez-OCTUBRE-2.015