OLULA DEL RÍO
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OLULA DEL RÍO:
“EN MEMORIA DE UN AUTÉNTICO CARRETILLERO, ANTONIO TÚNEZ MARTÍNEZ CONOCIDO POR CHAPARRO”

ESCRIBE:
Doctora: Lourdes Martínez Túnez, su nieta.

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“Terminaba el verano de 1.929 cuando nació Antonio Martínez Túnez en una casita de Olula del Río por la zona del “Cuartel Viejo”. Único varón rodeado de 4 hermanas. Antonio además destacó por ser un hombre inquieto y lleno de amor a su pueblo.
Corrían tiempos difíciles, por lo que desde muy chico tuvo que dedicarse a trabajar, y así fue como comenzó su andadura haciendo de cabrero, pasando por carpintero para terminar como empresario marmolista.
Antonio era muy pasional con todo lo que le gustaba, amaba la música, siendo autodidacta en este arte, y así el tiempo libre lo dedicaba a tocar el bombardino con la banda de música a la que pertenecía, “La Incansable”, recorriendo las fiestas de los pueblos vecinos.
Muy amigo de sus amigos, no dudaba de echar una mano de forma desinteresada siempre que alguien necesitaba de su ayuda.
Recuerdo como nos repetía lo que le gustaba la Navidad, días previos ya sacaba sus platillos y se ponía a cantar villancicos, acudía a las “Misas de Gozo” para seguir con el arte, y luego continuar la fiesta por las calles de Olula, junto con el resto del coro.
Eran fechas felices, su casa se convertía en un centro de reuniones familiares y de amigos, donde mi abuelo derrochaba simpatía, era un hombre con tanta pasión que todo lo que hacía contagiaba en pocos minutos a todos que quedaban impregnados de su alegría.
Cada “Noche Vieja” ya se decía “huele a pólvora”. Ya empezaba para él la cuenta atrás hasta la llegada del esperado día, 19 de Enero, víspera de San Sebastian. Ese día mi abuelo anunciaba la llegada de las fiestas patronales, lanzando cohetes al aire justo a la hora del almuerzo. La casa de Antonio Túnez se convertía en la casa del pueblo, preparada para acoger esa misma noche a uno de nuestros santos, San Sebastian “el pequeño”, que como todos los años llegaba a la casa de “El Chaparro”. Pero no sólo nuestro Santo Patrón acudía, la casa era hervidero de preparativos, para recibir a nuestros amigos y vecinos, todos eran bien recibidos. Mi abuelo solía invitar a todos los que se encontraba por la calle. Y allí disfrutábamos de la cena: ricas papas asadas con “ajo” y esos estupendos asados de choto o cordero que se preparaban en bandejas enormes y que había que cocinar en los hornos de las panaderías. Como es natural, los manjares los acompañábamos con nuestros típicos roscos, crujientes y calentitos, ¡recién hechos!
Una vez pasada la cena, ya empezábamos a preparar talines, ropas, guantes, gafas y pasamontañas. Muy bien equipados, esperábamos atentos oír las campanadas de la Iglesia Vieja, que a las 10 de la noche nos indicaban el comienzo de las hogueras, del fuego y de las carretillas. Salíamos todos para hacer el recorrido, mi abuelo de los primeros, sin olvidar su bombardino, era inconfundible. Ninguna calle encendía la hoguera hasta que no llegaba “El Chaparro” con su gente: José Antonio, Miguel Flores, su primo José, Clementón y otros amigos. Una parte especial del recorrido era la “Plaza de los Bancos”, allí se encontraban con María “La Reguleta”, que aún sigue saliendo, es una auténtica carretillera. Cuando llegamos cada año a la plaza, allí está ella en nuestro rincón. A día de hoy se sigue el mismo recorrido en la noche de las carretillas, aunque no tan duradero como en aquellos tiempos, ya que era tradición parar por las casas donde te ofrecían una “copilla” o un grano de uva en aguardiente como ocurría en la casa de Juan “El Canuto”, casa en la que también se juntaban a cantar. Otra casa típica en el recorrido, era la de su primo, “El Gari”. Era una noche de carretillas que duraba hasta el amanecer, en procesión con el pequeño San Ildefonso.
Pasaban los años, y la generación de mi abuelo iban desapareciendo, quedando cada vez menos, y es que al igual que la banda, eran incansables, derrochaban pasión y devoción por los santos.
Llegaban los años 70. Las fiestas iban perdiendo fuerza, pero mi abuelo no podía consentir que la fiesta de la pólvora desapareciera, así que reunió a trabajadores de su fábrica, amigos y primos, camiones y palas, llevándolos al río para recoger maderas y zarzales. Como si de una procesión se tratase. Una vez recogida toda la leña, camiones y palas entraron en el pueblo, repartiendo leña en cada punto del recorrido para que esa noche no faltase ni una hoguera. En la Plaza de los Bancos y en Las Cuatro Esquinas puso un barril de vino para que la gente celebrase la fiesta, y para que se calentasen por dentro y por fuera.
Mi abuelo trajo carretillas desde Suflí, algunas las vendió, otras regaló a familiares, jóvenes y amigos. Así fue como Antonio Túnez levantó la fiesta que tanto nos apasiona.
No todo eran carretillas, ya que al día siguiente, y aún en vela después del amanecer, se ponía su traje, bien vestido para otra procesión que también amaba y no dudaba en ir detrás de los Santos cogiendo roscos.
En los tiempos del cura Don Pelayo, este le encomendó a mi abuelo que la imagen de San Sebastian estaba estropeada y le faltaba un brazo, para que nuestro patrón no faltara a su cita obligada en la procesión, mi abuelo le dijo al cura que pidiera una imagen nueva de nuestro santo patrón, que él mismo se encargaría de pagarla con letras. Don Pelayo muy agradecido, pidió un San Sebastian en talla de madera, que es la imagen que hoy en día sacamos en procesión. Lo que no sabía Don Pelayo, es que mi abuelo empezó a devolver las letras del santo. Un día, Don Pelayo fue a buscar ami abuelo y muy apurado le dijo: “Antonio, has devuelto las letras del santo”, pero muy tranquilo mi abuelo le contestó: “Don Pelayo, si he devuelto las letras de la pala, cómo no voy a devover las del santo?”. Después de ver la cara que puso el cura, comenzó a reír, y le dijo: “Tenga usted 125.000 pesetas para pagar el santo”. Don Pelayo le dio las gracias, pero también le recriminó el mal rato que había pasado cuando fueron a buscarle a la iglesia para reclamarle la deuda del santo. Ésta es una de las muchas anécdotas que recuerdo y otras que me han contado de la vida de mi abuelo.
Antonio siempre estuvo ahí, nunca le faltó a sus santos, si su generación se retiraba, se unía a las nuevas generaciones, salía con los hijos de sus amigos, los amigos de sus hijas, con sus sobrinos, con sus nietas…Y es que a todos nos ha hecho sentir la pasión y nos ha inculcado todo su amor por estas fiestas, todo lo que para él significaba la pólvora y la tradición por nuestros patronos.
Por el año 1.997 a mi abuelo le diagnosticaron cáncer. Sufrió una fuerte recaída en enero de 1.998, por lo que tuvo que ser ingresado en el Hospital. Conforme se acercaba la fecha de los roscos y carretillas, él mostraba más inquietud y desesperación por salir del Hospital. Le dieron el alta cuatro días antes de la fiesta; la noche del 19 de Enero, apareció en su puerta la imagen de San Sebastian “el pequeño”. Fue llevado por todos sus amigos y familiares. Debido a su enfermedad no podía permanecer mucho tiempo en la calle, ya que se asfixiaba por el humo y la pólvora, pero ahí estaba “El Chaparro”, con su mascarilla puesta, tirando carretillas al santo patrón, disfrutando aún más de ver a la gente lo bien que lo estaba pasando. Fue su último año de roscos y carretillas, pero vivió y disfrutó como quiso. Desde aquel entonces, San Sebastian “el pequeño” no ha vuelto a salir de la hornacina, su hogar en “Las Cuatro Esquinas”.
Al año siguiente, el día 20 de Enero, el Alcalde, Eugenio Acosta, brindó un homenaje a la memoria de mi abuelo, Antonio Túnez Martínez, entregando a mi familia el “escudo de oro de Olula”, a título póstumo, como hijo de este pueblo, en la Iglesia de la Asunción, junto con toda la gente del pueblo a la que él amaba.


Juan Sánchez-SEPTIEMBRE-2.015