OLULA DEL RÍO
Comarca

Zurgena:
“EL RECUERDO MÁS ANTIGUO DE MI VIDA”

AUTOR: Jesús Cánovas Martínez.
Adaptado por Juan Sánchez.


Corre el año 1.957, mis padres viven en La Alfoquía, el barrio de la estación de Zurgena. Mi padre, ferroviario, maquinista para más señas, está destacado allí, y la familia vive al filo de las traviesas del tren, saludando al pasar de los convoyes de pasajeros o mercancías tirados por máquinas de vapor.
La Alfoquía, para quien no lo sepa, es un apartado lugar que se encuentra en el Valle del Almanzora entre Huércal-Overa y Arboleas. Un lugar semiárido y circundado de casas diseminadas. Entre montes pelados que en primavera afloran tomillares, jarillas, albardines.
Discurre el valle seco del Almanzora. También hay ramblizos pedregosos, salpicados de higueras, de almendros retorcidos, de pequeños huertos de limoneros o naranjos; abunda la vegetación zafia, esteparia y dura: pitas, abundantes chumberas que desde las lomas vienen a caer sobre el valle. Un mundo reseco de cenizos, de bojas, de salares, de azufaifos, de cambrones, hasta donde alcanza la vista, pulula anárquico. Sin embargo, Zurgena es una localidad oculta tras una loma -es pulcra, de ladrillo visto, la adornan numerosos geranios y las hiedras trepan por sus rojizos muros.
En esa zona pobre de una España pobre, en un paisaje duro del reseco sur, donde la luz viene a caer restallante como un látigo desde los pequeños montes hasta los cantos blancos rodados de la rambla del Almanzora, viví durante mis primeros meses de mi existencia, y fue allí, en mi primera noche de San Juan, cuando inicié un sorprendente vuelo. “Un vuelo sobre la higuera”.
Por lo visto, bien al nacer o al poco, me hernié. Aquella hernia bien que dio quebraderos de cabeza a mis progenitores. Su responsabilidad como padres les llevaba a atajarla, y para tal menester, agotada la vía de los médicos, echaron mano de los medios de los que disponían, esto es, consultaron a los curanderos del lugar, a los cuales mi padre era muy aficionado. No se si fue curandero o curandera quien tomó la feliz resolución, pero diagnosticado el mal, su cura pasaba por hacerme volar sobre la rama de una higuera.
Como manda la tradición, fueron tres Juanes y tres Juanas los que pertrecharon la faena. Se situaron los Juanes a un lado y las Juanas al otro lado de la rama elegida para tal menester; un Juan frente a una Juana, y una Juana frente a un Juan. Previamente, a la rama sobre la que el servidor debía volar, le hicieron una hendidura, y casi seguro que antes de izarme a los aires, con voz solemne pronunció algún conjuro la persona especializada. A continuación, llegó el vuelo: Pasaron a lanzarme de los brazos de unos a las de otras, y así sucesivamente:
“¡Tómalo Juana!”, “¡Cógelo Juan!”, “¡Tómalo Juana!”, “¡Cógelo Juan!”…Para contentarme, en medio del vuelo, me decían que cogiera el pajarito.
¿Cuánto duró aquel martirio? ¿Cuántas veces me hicieron cruzar volando por encima de la rama de la higuera?. No lo sé. Tampoco sé, aunque es probable, si al terminar recitaron nuevas palabras, otro conjurete. Mi hermana recuerda que al acabar el vuelo aerostático del que yo era sujeto pasivo, vendaron la hendidura de la rama herida. La creencia suponía que conforme curara aquella rama herida, del mismo modo curaría mi hernia. Lo propio consistía en realizar tal ritual a medianoche, aunque yo, en mi difuso recuerdo, constato una luz crepuscular de tarde. No sé.
Aquel primerizo y extraño vuelo, indudablemente, algo debió de afectar a mi psiquismo, porque, a pesar de que la vivencia fue traumática y de que tal vivencia no surtió el efecto terapéutico esperado, es decir, la curación de la hernia, fui un niño alegre y risueño.
Acerca de si curó o no mi hernia, las opiniones han sido encontradas; por un lado, hay partidarios de una resolución favorable como mis familiares directos, y a la cabeza de ellos, mi padre; por otro, partidario de la sospecha, el servidor. ¿Qué sentido tendría que muchos años después de la supuesta cura un cirujano me hubiera recosido las ingles?
¿Qué pienso de las supersticiones y de todo ese tipo de cosas tan comunes pero tan alejadas del común de la racionalidad?...¡Lo mismo que del saber médico y, en general, del científico! No me fío ni de mi sombra. ¡La madre, casi me estrellan!...¿A estas alturas de mi vida qué puedo opinar? Sin lugar a dudas, las brujas efectivamente no existen, pero, al igual que aquel tiempo campechano, no quiero que se me aparezcan.



Juan Sánchez-OCTUBRE-2.015
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