OLULA DEL RÍO
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SOMONTÍN:
“ALGUNOS APUNTES SOBRE LAS MINAS DE TALCO”

• Resulta curioso que el diccionario de Madoz de 1.848 no cite la existencia de las minas. Posiblemente se le ocultaran datos al registrador en 1.752 para evitar gravámenes sobre la producción.

• Título: “Minas de Somontín”
• Autor: Antonio Oliver Lorente
• Edición: I.E.A. y Ayuntamiento de Somontín.


Para empezar diremos que la explotación del mineral se ha realizado generalmente de forma anárquica por medio de pequeñas sociedades o mineros independientes. Sólo en 1.918 apareció una compañía inglesa, “the somontin mines ltd”, que se dedicaba en realidad a la adquisición de la producción de las distintas minas y al desagüe de las mismas.
Las minas de Somontín eran propiedad del Ayuntamiento y las cedía en arrendamiento, siendo su producción el total de este mineral en la provincia.
El producto extraido se transportaba a Purchena en recuas de asnos y, desde allí, al puerto de Águilas, porel ferrocarril Lorca-Baza. Desde el año 1.924 se instalaron dos pequeñas fábricas de talco en la estación de ferrocarril de Purchena, una perteneciente a la sociedad “Echeverría y Acosta” y otra cuyo dueño era la sociedad “Fábrica Española de Talco S.A.”, empleando entre las dos a quince obreros y produciendo en conjunto unas 1.500 toneladas métricas de talco al año.
La producción de las mismas estuvo condicionada por la demanda exterior, que hizo fluctuar los precios considerablemente, en especial los de mineral de color gris (jaboncillo moreno), muy apreciado para la fabricación de jabón. Después de la Guerra Civil se produjo una reactivación, alcanzándose una producción record de 7.789Tm. en 1.942 y otros valores elevados en 1.946-47 con 6.023 y 5.452Tm. respectivamente. Esta producción significaba casi el 30% de la producción nacional de esteatita. En 1.942 llegó a suponer el 45% de la producción nacional.
En los últimos años las minas de Somontín encontraron problemas de inundación de las labores, por bolsadas de agua subterráneas, además del agotamiento de los filones. Ello redujo considerablemente su actividad, provocando la emigración de un gran número de habitantes del pueblo preferentemente a Cataluña. Si unimos los métodos inadecuados de explotación, se comprenderá como se llegó a la desaparición de esta actividad minera, la cual produjo en 1.972 solamente 421 Tm. de talco, cifra que significaba el 1,5% de la producción del país.
Se usó el jaboncillo en un principio para los trabajos de sastrería. Se le daba salida por los puertos de Águilas y Garrucha y se destinaba principalmente a las fábricas de textiles de Barcelona.
Las minas se las tenían arrendadas los Ayuntamientos de Somontín y Lúcar a los mineros, con la obligación de que éstos pagasen un canon de producción.
Los mineros eran libres de vender el mineral a la compañía, que compraba el talco al precio que entre ellos convenían.
El minero vendía en bocamina y el transporte corría a cuenta de la compañía que compraba. El transporte se hacía en caballerías porque no había acceso a camiones. Bajaban a la estación de Purchena (unos 24 kilómetros ida y vuelta). Se daban dos viajes y cada borrico cargaba unos 100 kilos pagándose unas 12 pesetas por trayecto.
Me contaban una anécdota que sucedió en un lugar que le llamaban el “collado del Taritatron”, allí trabajaba un hombre al que le llamaban ese mismo nombre, ya que lo descubrió él. Era muy pequeño, pero muy fuerte y peludo. Contaba que un día le picó una víbora y, al no tener con que curarse, ya que carecía de medicinas, no se le ocurrió otra idea que emplear llesca que tenía para encender los cigarros, (ya que no había encendedores), y se valían de un deslabón o un trozo de acero y una piedra, dándole bruscamente y así salían chispas pegándole fuego a unas matas secas que les llamaban “burreras”. Pues bien, este hombre como no tenía ningún remedio para poder curarse esa picadura de la víbora, con la llesca antes mencionada le prendió fuego y acercándosela a la picadura que fue en la muñeca, quemó la herida y resistió el fuerte dolor de la quemadura, produciéndosele una herida impresionante. Cuentan que así consiguió eliminar el veneno de la víbora.
Después de bastante tiempo, cuando aquella herida se le curó, mostraba una gran marca parecida al mordisco de un lobo. Aún se conserva la zona donde trabajaba este hombre: entre el cerro Venerito, el cerro de la Cruz, que así se llama todavía como el cerro del Taritatrón.



Juan Sánchez-AGOSTO-2.015