OLULA DEL RÍO
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TÍJOLA:
“Otra vez Fidela Campiña”

LA VOZ DE ALMERÍA
Mar de los Ríos  

Hay dos Fidela Campiña: la que vivió para cantar subida a un escenario durante 40 años y la que disfrutó de la vida como espectadora excepcional en el palco de los siguientes 35.
Y antes de esas dos, una niña de profundos ojos negros nacida en Tíjola en 1.894, que sin tener los seis años ya no correría más por las calles embarradas de su pueblo…
Mis padres eran de Lúcar y muy aficionados a la música. Vieron en mí desde muy pequeña mi facilidad para el ritmo, mi asombrosa memoria melódica para tararear todas las piezas que tocaban las bandas de las verbenas…
…Y un día subimos a aquella enorme máquina de hierro que pasaba por la estación y que fabricaba nubes blancas.
Cerramos la casita del pueblito de uvas y maíz…
Es curioso que siendo una vieja de casi noventa años, aún recuerde ese viaje, que sienta el vaho de mi respiración contra la ventanilla; que vea las líneas negras de las vías y que se reproducirían durante toda mi vida en la infinidad de pentagramas que memoricé…
Todavía escucho a esa niña preguntar cada rato: ¿cuánto falta para llegar a donde vive el príncipe Alfonso? ¿Saldrán carrozas con caballos blancos a recibirnos, mamá?
A partir de entonces mi vida transcurre entre corcheas y semifusas en el conservatorio de Madrid, donde con 18 años, en 1.913, obtuve el título con Diploma de Honor.
-¿Fue ese mismo año cuando debutó en el Teatro Real con la ópera Mefistófeles, representando a la bella Margarita?
-Así es. Y creé tanta expectación, que la Compañía Urbana de Teléfonos retransmitió gratis el concierto a sus abonados. Entonces las radios no formaban parte de las casas como una década después…
-Luego vino el trabajo duro, pero supongo que muy gratificante, de dominar 52 libretos operísticos en tres idiomas: italiano, francés y alemán, además de incontables zarzuelas…
-En efecto. En 1.919 Barcelona se quedó fascinada con nuestro estreno de “La Morisca”, ópera del compositor catalán Jaime Pahissa. Después conocí a mi primer marido, el tenor vasco Jesús Gaviria, que por cierto, fue un discípulo del también tenor almeriense don Luis Iribarne, no sé si has oído hablar de él…
-¿De don Luis? Sí, justo lo conocí el viernes pasado…
-¿Pero en qué fecha estamos?
-Estamos en 2.015.
-Pero…no puede ser…si yo me marché a Buenos Aires en 1.983…
-Ya, no se preocupe, eso no importa ahora…Me decía que se enamoró de Jesús siendo muy jovencita…
-Exacto. Y viajamos por todo el mundo. Las principales ciudades europeas donde se hacían representaciones de ópera, me…nos reclamaban. Tuve un gran éxito internacional. En 1.926 debuté en el Metropolitan de Nueva York con Otello, de Giuseppe Verdi.
-Y tengo entendido que allí nacería su única hija, Margarita. La llamó así por su primer personaje de ópera, supongo…
-Eres muy observadora ¿Te llamabas?
-Mar, me llamaba Mar.
-¿Mar…garita?
-No, Mar a secas…
-Ah, lindo…Pues te contaba que, a pesar de todos mis éxitos por Europa y América, lo mejor que me pasó fue mi hija. En ella uní mi pasión de mujer y de cantante. Después de que Margarita naciera, ocho años más tarde, en Milán triunfé en La Scala con las obras: Tristán e Isolda de Richard Wagner y Nerón, de Pietro Mascagni. Los aplausos no cesaron en París, Londres, Montecarlo, además en Argentina, en el Teatro Avenida de Buenos Aires.
-Y en 1.940 actuó en la Exposición Universal de Nueva York con una destacada repercusión. ¡Nada menos que ante 100.000 personas!
-Fue una de las noches más maravillosas de mi vida…Aunque Jesús no lo llevaba bien del todo…
-Ya. Y estando en la cresta de su carrera quiso enseñarle a su hija y su marido el lugar que le vio nacer. Cuentan las crónicas que cantó en Tíjola en la puerta de la ermita de la Virgen del Socorro y que se le escuchaba en la otra punta del pueblo, en el Muro.
-No creo…Eso es una exageración… Pero sí te diré que en mi época para triunfar tenías que tener un potente chorro de voz, además de todas las facultades que se le presuponen a una cantante. Yo hice prácticamente la totalidad de mi carrera sin micrófonos.
-Sí, lo he leído en la escasísima información que he encontrado de usted, y lo que se repite en todas las fuentes son sus amplias cualidades. La extensión de su voz le permitió barajar un número de títulos superior a su propia tesitura. Incluso cuando la ciudad italiana de Catania, patria de Bellini, deseó celebrar el estreno de Norma, fue usted la soprano invitada para cantarla, dada su reconocida fama, la intérprete ideal de esta trágica heroína.
-Bueno, muchas gracias, una hacía lo que podía…Sin embargo a diferencia de Europa, en España se imponía la representación de óperas españolas apenas conocidas en el extranjero, como: La Dolores, de Bretón, y Maruxa, de Vives. Fui también elegida para cantar la versión operística de Las Golondrinas en el Teatro del Liceo de Buenos Aires.
-Es la única grabación que he encontrado de usted: Las Golondrinas.
-Sí, y es una pena que no grabará más, pero entonces no se le daba mucha importancia a los inventos. La voz en directo era lo que primaba…Ay que tiempos…y Jesús entonces cada vez más sumido en la tristeza…Y al igual que la música nos uniera también nos separó.
-Debe ser muy difícil lidiar con dos egos artísticos en la misma alcoba. Tengo entendido que su última actuación fue en Trieste, en 1.948, la hizo con la ópera “El ocaso de los dioses” de Wagner.
-Entonces yo contaba con 54 años. Me sentía una mujer plena, joven todavía, en posesión de todas mis facultades…
Y apareció Carlos Guichandut como un soplo de aire fresco. Estaba también en el reparto.
Él tenía 33 años y aunque me resistí en un principio, no pude decirle que no al amor incondicional que me profesó durante los siguientes 35. Quise dedicarme a él. Le apoyé en toda su carrera posterior entre bambalinas… y fui muy feliz…
-En la sociedad de finales de los 40, una mujer española separada no estaría bien visto. Fue muy valiente por seguir a su corazón y muy generosa al retirarse en la cima de su carrera.
-No era generosidad, era necesidad de pasar a saborear la vida. De amar y ser amada sin más presión. Ya no era ninguna niña, pero me sentía como una jovencita a su lado y quise disfrutarlo.
-¿Sabe? Cuando he buscado su nombre en los registros de Argentina, ponía de profesión: ama de casa…No sabía si reír o llorar.
-Reír, pibita, siempre reír…Pero, dime, ¿no habrás venido desde Almería hasta el cementerio de Buenos Aires sólo para hablar conmigo?
-Por supuesto. Me gustan las ánimas…y ha merecido tanto la pena conocerla…
Vaya para usted el aplauso emocionado de toda Almería.



Juan Sánchez-AGOSTO-2.015