OLULA DEL RÍO
Comarca

Macael:
“DE VISITA EN MACAEL Y LAROYA”

Mariano Sanz Navarro
(Tomado de su blogspot)


Dedicado a mi familia de allí.

En Macael y Laroya, el airecillo de la sierra, fino como una cuchilla, aprieta las carnes, afila las narices y cura de forma inigualable los magníficos embutidos que allí se producen. En su arquitectura no parece ser un pueblo andaluz. No es un pueblecito de esos blancos que abundan en la baja Andalucía. Pero es que Almería es la menos andaluza de las provincias del Sur. Aquí no aparece la profusión de geranios de un rojo reventón plantados en botes de aceitunas que alegran la vista con su modesta y limpia decoración bordeada en tonos de azulete.
Aquí, la abundancia de mármol, principal fuente de riqueza de la zona, inunda plazas, calles, paseos y casas. El efecto de la blancura de la piedra empleada en demasía, hace que el pueblo se asemeje a un mausoleo frío especialmente en invierno. Las aceras son de mármol, las plazas de mármol, las balaustradas de mármol, los bancos de mármol, la réplica del Patio de los Leones de la Alhambra…de mármol, el mayor mortero culinario del mundo también. Mármol por todas partes. Uno mira con avidez a su alrededor buscando algo que no sea de mármol…y no lo encuentra.
Las casas se agarran, en forma desesperada, a la vertiente de la montaña y llegan hasta la cumbre, detenidas por las canteras que pueblan la vertiente opuesta. Las calles son un Dédalo estrecho que serpentea, retorciéndose entre rampas y escaleras que hacen difícil la circulación para los coches y penosa para las personas. Por la parte inferior, el pueblo linda con el cauce del Río Laroya donde nace la “Fuente Maestra” considerada desde siempre como la más caudalosa del lugar. En los años 80, tuvo lugar la última gran avenida de las aguas que, desde las estribaciones de la Sierra de los Filabres llegaron hasta el pueblo. El puente sobre el río hizo tapón hasta que el ímpetu de la crecida lo hizo saltar en un estallido de espumas y restos vegetales de todas clases inundando las casas más bajas.
Más arriba, justo donde siempre estuvo la fuente, el agua encontró una salida subterránea y se precipitó por ella, desapareciendo para siempre rumbo a un destino desconocido, quizás el mar.
Ahora, lo que antaño fuera riachuelo de diferente envergadura según la estación, se ha convertido en ocasional paseo de excursionistas, encajonado entre acúmulos de mármol verde de formas fantasmagóricas y paredes ciclópeas de masas inservibles, apiladas por las grandes máquinas para detener el avance irremisible y depredador de las escombreras.
Abandonados han quedado el molino y la fábrica de mármol que movían sus artes con la fuerza de las aguas. De aquello solo quedan un par de edificios ruinosos que alimentan los recuerdos de los paseantes cuando, de chiquillos, venían a recoger naranjas jugosas y dulces regadas con los escurrimbres de las represas. “Allá, ¿ves aquellos naranjos medio secos?, estaba el huerto”…”de aquel bujero del río se sacaba la arena fina y abrasiva para engrasar los artes”…os contarán los naturales del pueblo, compañeros de paseo.
Las gentes de Macael son acogedoras y cálidas y a la menor ocasión os convidarán a probar esos excelentes embutidos que el frío de la sierra amojama confiriéndoles un sabor que no puede encontrarse en ningún otro sitio. El vinillo “del país”, áspero y un poco agrio, que muchos elaboran de sus propias viñas, le hacen excelente compañía. Las gruesas lonchas de tocino blanco como la nata y la morcilla de arroz o cebolla, oscura y densa, son inigualables; por no hablar del oloroso “blanquillo” y el chorizo ligeramente picante que, usado como postre, deja en la boca un sabor que puede durar varios días. En Laroya al chorizo le añaden además pimientos secos rojos cocidos y el bouquet es único.
La cocina es sencilla como resulta habitual entre gentes de vida ruda que han sobrevivido arrancando a la áspera tierra serrana magras cosechas a base de silencio y tenaz esfuerzo, aguantando nevazos de metro en invierno y secarrales insufribles en verano, hurgando en las entrañas del terruño para arrancar de su corazón las masas que la montaña no se deja arrebatar si no a regañadientes. Las migas de harina, cocinadas con aceite virgen de oliva y mucho brazo, son blancas y esponjosas, excelentes para acompañar con boquerones rebozados y crujientes; y para el crudo invierno se preparan, en los meses de bonanza, las orzas de queso, lomo, o costillas en adobo que basta calentar para convertirlas en un manjar exquisito.
Por estas y otras muchas cosas que ahora se me hace largo relatar, venir a Macael y a Laroya es siempre necesario y confortable.
María Luisa Arnaiz que vive en Murcia recuerda que cuando venía a Laroya y a Macael en su niñez, (su madre era de Laroya), la frase que se le grabó fue “Come, niña, toma un bocado”. Y se sentaba a comer sentada en el suelo alrededor de una sartén sobre unas trébedes con multitud de fuentecillas en torno a ella y de despedir a los niños en la “sobremesa” cuando el vino soltaba la lengua de los mayores. Son dos recuerdos imborrables para mí -dice María Luisa Arnaiz.



Juan Sánchez-AGOSTO-2.014