sábado, 31 de enero de 2015

"LAS COFRADÍAS EN LOS AÑOS 20"

                                                              OLULA DEL RÍO
                                                                   Comarca

                                          “LAS COFRADÍAS EN LOS AÑOS 20”

• Estampa Religiosa años 20.
• Francisco Jiménez Casquet.

Las cofradías eran el medio externo de completar la actividad religiosa de la feligresía, asociando a sus componentes en los fines que inspiraba su constitución.
La primacía se la llevaba la Cofradía de Jesús, que agrupaba a la mayor parte de los varones maduros de la época y que tenía por principal finalidad asistir, corporativamente, a los actos religiosos de la Semana Santa, concurrir a entierros y viáticos con cirios y estandarte y remediar necesidades de los pobres de solemnidad. Recaudaban fondos con el pago de sus cuotas y las postulaciones que se hacían en la época de Navidad, donde más que dinero, harto escaso en los habitantes del pueblo, se suplía con dádivas en especie como trigo, tocino, panizo, etc, que después se vendían en pública subasta.
Las mujeres adultas se agrupaban en dos cofradías: la del Sagrado Corazón y la de la Virgen del Amor Hermoso. Las jóvenes, en las Hijas de María, cuyas principales funciones se concretaban, al cuidado, en la Iglesia, de sus respectivos altares y la celebración del novenario que precedía a la procesión y celebración de las fiestas litúrgicas, cuando rivalizaban por el mayor esplendor de cada una de ellas.
Los niños protagonizaban en aquella época un singular movimiento a favor de las Misiones. Se agrupaban en la “Obra de la Santa Infancia” distribuidos en grupos de doce. El que hacía cabeza se encargaba de recolectar, mensualmente, las cuotas que voluntariamente se fijaban (diez o cinco céntimos). Así formaban un fondo que era remitido más tarde a la Obra Universal de las Misiones, a las que tanto impulso dio el entonces Papa Pío XI.
De tal modo, cada uno de los habitantes del pueblo tenía ocasión de sumarse a alguna obra de apostolado, con la intensidad y modo que a cada cual le agradaba, desenvolviéndose con las exigencias de una época que, ciertamente, la libertad religiosa estaba un tanto mediatizada, siquiera sea por la circunstancia de que el “anatema” caía, inexorablemente, no sólo sobre los no creyentes, sino en los no practicantes, y donde el rigor doctrinal llegaba al extremo de considerar que el simple liberalismo era pecado, amén de la trascendencia y rigor con que se enjuiciaban las cuestiones relacionadas con el sexo, que hacía caer en el deshonor a la pareja que había tenido la desgracia de ser sorprendida besándose o abrazándose antes de que “le echaran las bendiciones”.
Las expresiones externas de religiosidad son, a veces, más extremadas cuando coinciden con algunas conmemoraciones que, para los católicos, inciden en el reflejo de pasajes de la vida de Jesús y que se adoptan como base y fundamento de la fe que profesamos.
Tal ocurre en las conmemoraciones de Semana Santa y Navidad, con la notable diferencia de que mientras en la primera se exterioriza con actos de penitencia y recogimiento, en la segunda se hacía con expresiones de alegría y regocijo. Notable diferencia que es consecuencia con la propia esencia de lo que se conmemora. Mientras que en la Semana Santa se reproducen los pasajes de la pasión y muerte de Cristo, que posibilitaron la redención de la humanidad, la Navidad es expresión de la alegría que supone que el propio Redentor tomara vida humana, igualándose a nuestra propia naturaleza.



Juan Sánchez. Enero 2.015

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