jueves, 9 de octubre de 2014

"EL MOSCÓN"

                                             OLULA DEL RÍO
• El “moscón”

• Anécdota ingeniosa ocurrida en el “Casino de Olula”, que no de Montecarlo, allá por los años cuarenta del pasado siglo XX.

Me cuentan que en Olula de posguerra existía en la villa lo que todos los parroquianos conocían como “El Casino”. Simplemente era un bar de los de la época que había habilitado en lo más recóndito del inmueble una especie de saloncillo apartado discretamente del resto del negocio para que los que pudieran o quisieran echaran sus partidas de naipes, de ajedrez, damas, dados y alguna que otra variedad de juegos de azar protegidos de cierta intimidad además de evitar la ingrata presencia de las fuerzas del orden tan intolerantes por entonces. Creo que el juego estaba prohibido por ley y ejercerlo podía traer complicaciones judiciales e incluso físicas al “crupier” y a sus parroquianos.

Dícese que el “crupier” era un hombre enjuto, bastante nervioso, amigo de abusar de los elixires del dios Baco y ligero de mano.

El establecimiento, estaba ubicado en el número 3 de la Plaza de España (Hoy de Los Bancos) justo al lado de la del Secretario del Ayuntamiento Don Francisco Acosta, sabedor y sufridor de todo lo que ocurría al otro lado de la pared (hoy no existen ambos edificios toda vez que Corporaciones Municipales posteriores los han convertido en calle para dar acceso desde la Plaza de Los Bancos al barrio de La Hoya.

Aquí acudía cada noche una fauna diversa, unos para jugar, la mayoría. Otros de “moscónes” que se pegaban a la mesa de juego que les parecía más animosa en el momento. Abarcaba toda la escala social, pudientes, menos pudientes, Dones y sin dones, agricultores, algún que otro empleado público. Era notorio pues que las Fuerzas de Orden Público corrían un tupido velo y “no se enteraban” de nada hasta que por imperiosa necesidad o gravedad tenían que hacer acto de presencia.

Hete aquí que un labriego era asiduo del “casino”, no para jugar sino para presenciar las partidas y las mesas en las que se presumía podía saltar la chispa o en las que ya se mascaba la tensión. 
Permanecía inmóvil y atento a todas las jugadas hasta que a altas horas acababa el contubernio. Así uno y otro día. Como nuestro “moscón” pasaba el día en las faenas del campo, ciertamente llegaba cansado y la mayoría de las noches no llegaba al final de la partida porque el sueño le vencía. Los demás continuaban su tarea de juego ajenos a la actitud de este hombre. Dicen que a veces sus sueños eran tan profundos que incluso llegaba a roncar como un auténtico cochino.

La fuerza de la costumbre hizo mella en el público de la sala y decidieron jugarle una mala pasada. 

Todos se pusieron de acuerdo con el administrador del casino para que una noche, en plena faena, apagaran todas las luces del local. Simularon que todo estaba normal y con la luz apagada pedían aguardiente al “mister” o cantaban las cuarenta o -yo me doblo-. Como se alargaba la velada y nuestro hombre seguía en el séptimo cielo, alguién le apercibió a que despertase. Cual fue su sorpresa al despertar escuchando todo el trajín en la sala de juego y él sin ver nada. ¡Auxilio! ¡Socorro! ¡No veo nada de nada! ¡Mientras dormía me he quedado ciego! El locutorio continuaba con la luz apagada y simulando una estancia normal. Trataron de calmarlo y fingían que ello era imposible. Tan aturdido estaba que a tientas y dominado por el pánico salió como pudo a la Plaza de los Bancos dándose cuenta de la jugarreta que le habían hecho sus convecinos. Dicen los coetáneos que nunca más se le vio por “El Casino”.



Juan Sánchez 2.014

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